viernes, 19 de abril de 2019










SEXO O POESÍA


Me dijeron que iba a acabar mal
Y yo siempre les creí.
Ha tardado más de lo esperado
(y ha sido una espera muy aburrida)
pero por fin estoy cara a cara con la vida
y si me palpo los bolsillos
sé que puedo hacer una última apuesta.
Sexo o poesía.













jueves, 24 de enero de 2019






NOCHE DE SAN BARTOLOMÉ, PARIS, 1572


Alguien tuvo que limpiar el suelo.
Harían falta muchos cubos de agua,
Pero los mármoles nobles volvieron a brillar.
Parecían montones de hojas amontonados por el viento en las puertas
y las esquinas.
Pero eran cuerpos.
Y aún sangraban.
Alguien tuvo que separarlos. Que sacarlos uno a uno. Que cargarlos en carros
y llevarlos a los campos de las afueras.
¿Les quitaron las ropas?
La muerte y la rapiña siempre van unidas.
Se recuperó todo lo que servía. Zapatos, botas, pequeñas joyas,
cinturones y broches.
Alguien los volvió a amontonar, antes de cubrirlos con tierra húmeda.
Y después salió el sol, florecieron las flores, el rocío de la mañana resbaló
por los pétalos.
Alguien tuvo que bendecir el mundo.
Y lo bendijo: pues era su trabajo.
Y alguien miró a sus siervos y cortesanos, los vio levantarse con pereza
y vestirse con pereza,
            y coger la azada con pereza,
y fustigar al caballo con pereza
y desempolvar viejos papeles con pereza
y decidió que lo mejor era hacer una fiesta
para olvidar los gritos y las pesadillas de la noche.
Y así fue como los siervos, los cortesanos, los letrados y los comerciantes,
los barberos, los campesinos, los ladrones y los ministros
se emborracharon y rezaron juntos
y bailaron y gritaron hasta la noche.
Y así fue como llegó una nueva noche, y todo el mundo se acostó
aturdido, cansado, satisfecho, con el vientre lleno y una
extraña sensación bastante incómoda
de estar olvidando algo,
algo poco importante,
algo trivial,
pero algo al fin y al cabo.
            Pero para entonces
            las calles volvían a estar sucias, con heces de bestias, restos de comida
            hojarasca y lodo,
            o bien limpias: lavadas por una lluvia cómplice y minuciosa,
            y los muertos y su sangre, sus gritos desgarradores, sus miradas perplejas
            eran un hueco en los legajos polvorientos,
            un espacio reservado para las moscas y los adivinos
            que saben leer las entrañas de la Historia.
           
            En París, en Jerusalén, en las llanuras del Oeste y en las selvas del Sur,
en todas partes y en todas las épocas
siempre hay alguien que limpia la sangre,
            siempre hay alguien que forja la espada,
            siempre hay alguien que decreta el olvido.









sábado, 5 de enero de 2019










PARA EN TODAS LAS ESTACIONES


Ese furioso deseo
de herirnos y curarnos
con palabras y besos
que previamente han
desgajado nuestra piel.

Ese silencio de
reproches y culpa
familiar como la araña doméstica
colgada en una esquina del dormitorio
de siglo en siglo bajando a la cama
para comprobar que seguimos vivos.


Esa tristeza del nómada
que no puede ser feliz en el paraíso
aunque sabe que el paraíso
es la última mentira de la vida.


Y no hay tren que no acabe parando
en una estación sin nombre
donde caer en el embudo de los altavoces
del trasbordo feliz del billete abierto
del regreso.

Esa luz dulce de tus ojos
con su mancha de horror al fondo
dormido abismo de orgasmos
de terribles mordiscos cariñosos
de crujientes huesos momificados.

No puedo recordar ni el día ni la hora ni el lugar
porque cada día y cada hora y cada
playa y cada andén
y cada buen deseo sinceramente rabioso
se han lanzado contra tus caderas
en un desembarco suicida y esperado
bendecido por la araña sabia
bendecido por la guillotina de la persiana
bendecido por el revisor ausente
y el vago estudiante
y el que se cree que un piano es una escalera
y el que confunde sinceridad con ejecución sumaria.


Porque al final
ese furioso deseo de curarnos
y de herirnos
con besos y palabras
vuelve al recuerdo del verano
a la caja cerrada de los libros de contabilidad
a los teléfonos pendencieros
y los sobres tóxicos.


Y la tristeza del nómada
me envuelve con su escarcha
mientras el tren pasa una estación tras otra
y se acerca a velocidad constante