miércoles, 13 de septiembre de 2017










LOS AÑOS OSCUROS


Teníamos un 127 de mi tía.
Y teníamos una cinta de Surfin´Bichos.
Y no necesitábamos más.

Teníamos una rieju, una derbi, de 50cc, ya no me acuerdo.
Era una moto pequeña. Una moto y El último de la fila.
Y no necesitábamos más.

Por las noches en las calles vacías La línea del Frente.
Y no necesitábamos más.


Teníamos dinero para gasolina, casetes en la guantera, los gritos y los motores
calientes de los que se estrellaban sin daño en los campos helados.
Todo era mortal e inocente. Teníamos palabras que no existían y sueños que no
se podían soñar.
Esas flores raras no creían para nosotros, y nosotros las despreciábamos
ruidosamente.
Porque nada era limpio y la oscuridad era brillante. En las calles vacías
ella esperaba un beso que no podía llegar.
Los Intactos llenaban teatros muertos. Nosotros pasábamos frío y reíamos.
Teníamos un coche viejo. Teníamos una moto pequeña. Teníamos un límite marcado
por un sacerdote de una religión olvidada.
El límite era la curva, el límite eran los puños y las navajas. El límite era
esa palabra que asesina a ciegas, ese veneno que impregna algunas pieles
especialmente suaves.
El límite era el hacha del vecino, un golpe entre Comité Cisne y OMD.
Y una noche Los Planetas dejaron de tocar.
El concierto siguió, pero alguien había desconectado los cables.
Y ellos no lo sabían, y todos disimularon.
Las escaleras del Gran Proveedor cada día se empinan más.

Teníamos un 127. No necesitábamos más.
Una noche vacía y ninguna prisa por llenarla.
Una noto pequeña para subir al Everest.

He odiado los años oscuros.
Los Intactos querían mancharnos con sus dedos decentes.
Sabíamos que algo no estaba bien en el cuadro pero no sabíamos bajo
qué color buscar.
Tú puedes ser un artista. Qué tontería. Si yo puedo ser yo a ratos, en la noche larga,
vampiro de mi propia vida, destructor de océanos a noventa revoluciones
por minuto.
No llegarás a ver a los Immaculate. Ella te podría besar y sería mortal.
El frío que sube del río será tu abrigo eterno.
Dormir. Dormir. Dormir. La moto ya sabe el camino.
Los años oscuros. Los años sin tiempo y sin perdón.
Como odiaba el mundo que no era nuestro y que olía a podrido
debajo de los anuncios de trenes parados.
Hermano carnal, ¿cómo se puede estirar el amor sin que duela tanto?
Hermano carnal, ¿de qué nos han servido los coches, las casas, los trabajos y los cuadros, el dinero que llegó y se fue, la televisión en color en la que
nos obligaron a escondernos?
En un bar cerrado hay un video con un concierto de Joy Division.
Pero tú te olvidaste de vivir en tantas ciudades desnudas,
mientras yo me tapaba los oídos porque las canciones de Kortatu
aún me buscaban en la isla del invierno.
Aviones plateados. Nunca quise otra cosa que encontrar la rata podrida
que estropeaba el paisaje. ¿Bajo qué color o nube o río la puso
El Gran Proveedor?
Los semáforos rojos no paraban la cinta.
Si nos dan por detrás tú abrirás los ojos un siglo después.
Dormir, dormir, el coche volcado no impedirá el baño en el mar frío del verano.


Los años oscuros. Hermano carnal.
Un coche de tercera mano y una cinta de los Sound.
Adrian. Adrian. No bajes las escaleras. Sabes que no puedes. Los Intactos van
a salir del teatro, vienen de tocarse sus ropas podridas, sus besos mojados
alcanzarán el desierto de tus mejillas y tú, tú, Adrian, tú no puedes bajar
esas escaleras que nosotros no pudimos encontrarte.
Y estaban. Estaban debajo de un color falso.
En las tardes la luz esculpía un cuerpo que flotaba en el balcón.
La noche nos despertaba y la música nos protegía.
Y un día los Intactos cortaron los cables
y Los Planetas siguieron tocando.
¿Escuchas el silencio? Viene la ola.
Hermano, hermano, los trajes caros, los coches caros, los hoteles caros,
los enemigos y los amigos, todo manchado, todo perdido,
un universo que se cuela en un desagüe por un acorde equivocado.
Una noto, dos motos, un faro, un motor. Los caminos se abren para nosotros.
Los años oscuros.
Los años que odie.
Y no necesitábamos nada más.