martes, 6 de julio de 2021




 VOLVER A LA CIUDAD COMO UN EXTRAÑO


Volver a la ciudad como un extraño. 

Regresar a las calles que fueron tuyas. 

Regresar a los parques, a las iglesias, a las bibliotecas y supermercados, 

a los hospitales y museos.

 Regresar como un extraño, con la indiferencia de los peces 

y las aves. Retornar con la noche y escapar con la noche,

 y contemplar las luces y las sombras de una ciudad que fue tuya. 

Y ver tu vida como un fugitivo, como un forastero. 

Ver las calles llenas de gente o vacías, 

y ser nadie entre la gente y nadie entre el viento. 

Regresar a la ciudad que te vio nacer, 

y que fue escenario anónimo de todas tus vidas. 

La ciudad dura y hostil,

la ciudad cálida y mullida. 

Recorrer la ciudad como un extraño, 

de estación a estación, de autobús a autobús, 

y llegar a una casa que ya no sabes si es tuya, 

y recibir besos y abrazos que no sabes si mereces, 

o si han caído sobre la piel equivocada. 

Volver a la ciudad como un extraño, 

y andar por calles y parques y subir a las azoteas 

y bajar a los sótanos, y contemplarlo todo como quien 

contempla un vieja pintura borrosa, unas letras que casi 

no se pueden leer sobre una pared oscura, 

manchada por el agua y quemada por el sol. 


Y saber que ahí está la respuesta que no llegas a entender, 

el secreto que no acabas de recordar. 

Y después, una noche, una madrugada, abandonar la ciudad 

como un fugitivo. 

Para volver a tu nueva ciudad extraña, 

desde tu antigua ciudad extraña. Y no saber si vas o vuelves, 

o si nunca te has ido, 

o si nunca has vuelto. Y vivir en el camino, 

y vivir entre recuerdos polvorientos y heridas secas, 

entre canciones sin letra y palabras 

sin música.




LA MÚSICA ERA TAN MALA QUE SE PUSO A LLOVER…

(notas del exilio, 1)


Momentos que merecen ser salvados. 

Esas verbenas de Dolmen. Al final de la noche, cuando 

se ponían las chupas de cuero y gritaban: 

"Ahora vamos a tocar algo nuestro". 

Esos extraños regresos en coches inmundos, 

en autobuses fantasmales, 

todos dormidos menos yo, soledad desterrada, la mente 

amordazada, emociones despertadas, 

sin miedo, 

tan lejos de casa y de los horrores cotidianos...

Momentos que deben ser salvados. 

El destello en las miradas de ellas, la palabra exacta que cierra el arco, 

soledad y silencio cuando no huelen a muerte. 

Momentos que deben ser salvados. 

Un tren que avanza lento y cruza una frontera, un tren que lleva 

a otro tren que 

lleva a otro tren, cuando aún es pronto

y uno no sabe que la partida se pierde por miedo al triunfo. 

Ese miedo agazapado 

que me espera en los papeles. 

Pero no hoy.

Momentos que deben ser salvados. 

La pregunta de un niño que no pide respuesta. 

Esa vela consumida en las noches de tormenta, 

generación tras generación, 

memoria tras memoria. 

Esa vida perdida y reencontrada cuando uno lleva otro nombre 

y soledad y silencio son el traje limpio de la muerte. 

En esta noche larga, acosado por la música hostil, 

un recuerdo viene a salvarme. 

Como la lluvia inesperada y oportuna que apaga el ruido. 

Como un soplo de aire en un pulmón acristalado. 

Momentos que deben ser salvados. 

Momentos que aún alumbran a lo lejos, que señalan vida 

en los montes oscuros de la nostalgia. 

Despertar era entonces algo tan fácil. 

Abrir los ojos y oler la aventura como quien huele 

el pan recién hecho. Este miedo astuto que me espera en los papeles 

ha dejado escapar un hilo de luz. 

Momentos perdidos que me llevarán a un cuerpo cálido y conocido. 

Refugio seguro 

para una sola noche.




DICTADO

(PARA MIS ALUMNOS DE PRIMERO DE ESO)


Yo moriré una madrugada

en una inmensa sala de hospital

rodeado de otros cuerpos vivos o muertos

rodeado de cuerpos que morirán una madrugada

o que esperarán a que yo muera para morir conmigo una madrugada


yo moriré un atardecer

en una vieja cama de madera

mientras oigo las risas de los niños que juegan en los campos

que meten los pies en el agua que corre en las acequias

que hacen barcos para hormigas con las hojas de los naranjos


yo moriré un mediodía

en mitad de una calle ruidosa

entre un semáforo y una papelera

de camino al banco o al mercado

de vuelta del trabajo o del taller

donde he dejado mi coche y unas piernas que no andan bien

una memoria que parpadea

un corazón que tarda en calentarse


yo moriré

punto final.




MINUTOS ROBADOS


Dos minutos a segunda hora

mientras hago guardia en el pasillo.

Tres minutos, casi cuatro, un rato antes, en el metro.

Poca ganancia llevo hoy

aunque el día es largo y espeso 

y si miro bien tal vez 

podré encontrar algunas moneditas en el suelo.

¿He dicho que el día es largo?

El día de hoy será más que eso,

tan largo como ayer,

tan pesado y tan inútil.

No desfallezcamos, que aún queda semana

y si voy sumando los minutos

que ido robando aquí y allá, los pocos

versos que leo, las pocas

líneas de un cuento, las pocas 

hojas de una biografía, y ese tiempo escaso

de “no-existir”, de desaparecer entre grito y grito,

entre susurro y susurro,

entre parpadeo y parpadeo,

ese tiempo muy preciado y muy extraño, que

pasan días sin que encuentre ni una huella,

ni una señal de este tesoro real y mío

pero caprichoso y furtivo, ese tiempo…

¿Por dónde iba? 

A veces me pierdo en el vacío

absoluto de los minutos perdidos

en cumplir con mi deber,

en rellenar informes,

pero otras veces robo minutos al reloj vigilante

que ordena mis pasos y mis palabras

de ocho a tres y de tres a ocho,

y los voy juntando poco a poco, 

monedita a monedita, 

y los voy metiendo en la hucha

con la tonta esperanza de 

al final 

poder restarle un día

al calendario de la pared

que preside mi presidio.




LA VIDA SECRETA DE LAS PLANTAS

(Notas del exilio, 3)


¿Qué miras? ¿Qué mirabas todas las noches?

¿Qué miras en mi recuerdo de aquel piso, frente a la ventana cerrada

a treinta metros del río y tantos kilómetros de esa casa

que Morrissey te dijo que nunca sería tuya?

¿Qué mirabas con tus ojos negros, con tu boca negra, 

con tus piernas negras?

¿Qué mirabas con tus sueños rojos, con tus pechos rojos, 

con tu sexo rojo?

El amor no es posible y el dolor es una planta de interior. 

Has visto su tallo esbelto y veloz y casi has estado a punto de sonreír.

Pero por suerte todos duermen 

o están borrachos 

o están muertos o

(lo más terrible de todo) se han rendido al frío

que sube del río

y han entregado su semen congelado 

para fabricar una crema que no salvará a ninguna ballena.

Yo sé que sonríes, y sé que sonríes por nada, por no llorar

por no gritar, porque quieres gritar 

pero la bruma que sube del río 

llega muy alto, 

a siete pisos de altura, 

llega a la ventana, llega al dormitorio vacío, a los colchones

del suelo, a los cuerpos que duermen, 

los cuerpos que no saben

que el dolor es una planta de interior,

que el dolor es una planta rápida,

que el dolor es una planta extraña, 

sin fotosíntesis, sin semillas, sin hojas, sin raíz y sin espinas,

pero fuerte, tan fuerte

que miras la ventana oscura, 

miras tus dedos rojos

miras la ciudad borrada, el puente roto,

que tenemos que reconstruir cada noche,

y sin verme me miras, me miras sin hablarme,

sin hablarme me culpas

del anillo que cayó al río y de los bares que no cierran nunca.

¿Y cuántas noches ya llevamos con lo mismo?

Todo está mal. Desordenado. Revuelto.

Las puertas abiertas llevan a pasillos negros

que acaban en un dormitorio donde siempre hay un muerto en la cama hecha,

vestido, con las manos cruzadas sobre el pecho, mirándonos.

Los trenes no salen, los autobuses cruzan la calle equivocada,

los cementerios se multiplican y el Cierzo barre las tumbas interinas.

Y los demás duermen y tú miras por la ventana.

Y tú ya ni fumas ni bebes porque el bar quedó al otro lado del río

y será demolido en una media hora.

Tú sólo miras mi reflejo invisible, la pared sin sombra

y casi sonríes.

Y no dices nada, porque sabes

que el dolor es una planta de interior,

que el dolor es una planta rápida,

que el dolor es una planta extraña.

Y mientras la niebla que sube del río borra el portal,

el primer piso, el segundo piso, el tercer piso,

y va rápido hacia la ventana,

miras los cuerpos de los demás,  fríos, cerrados, mudos,

 y quieres gritar, quieres despertarlos

con gritos, patadas e insultos.

Ellos no saben que todo está mal. 

Se enredan y se confunden de boca, y es fácil,

para ellos es fácil, dormir, morir, rendirse,

venderse por una canción o por una cerveza

donar su semen congelado a cualquier sacerdote

de cualquier templo no visitable.

Hemos caminado juntos y hemos gritado y golpeado juntos.

Pero ahora no. 

Ahora nada de esto sirve,

porque la noche acaba y sólo quedamos tú y yo,

porque al final todas las noches acaban, 

todos los bares son el mismo bar,

todos los conciertos acaban con el mismo bis,

todas los puentes son el mismo puente blanco,

y sólo quedamos tú y yo,

tú y yo en la ventana roja

tú y yo en silencio,

matándonos con palabras

escritas en el vaho del cristal, con palabras que suben del río

y nadie escucha detonar.





NUEVO ORDEN MUNDIAL

(POEMA SIN POETINA)


Las navidades han pasado rápido y despacio.

Hace frío y calor.

Te quiero y te odio.

Te busco y te rechazo.

Somos ricos y pobres.

Contentos y tristes.

La casa es grande y pequeña. O: 

The house is big and small.

El dinero es todo y nada.

All and nothing.

En en nuevo orden mundial 

seré cruel y cariñoso.

Cumpliré mi destino y mi azar.

Sólo hay una certeza: No habrá más poesía.

Por eso este poema sin poetina.

Poema final del placer y dolor.

Qué estupendo todo y qué desastre.





POEMILLA DE LA ESTACIÓN DE DELICIAS


Viejos amigos de Zaragoza,

he pasado por vuestra ciudad y no os he buscado.

Tengo vuestros teléfonos y direcciones pero no los usaré.

No dejaré ningún aviso. No dejaré ningún mensaje.

No preguntaré a los vecinos. No me sentaré 

en un bar

para examinar vuestras nuevas vidas en vuestras nuevas casas.

Viejos amigos de Zaragoza,

he pasado por vuestra ciudad como un ladrón, como un espía,

como un fugitivo.

Llegué con la niebla y me voy con el rocío.

Los jardines, las rotondas, los hoscos semáforos

no darán la voz de alarma.

Viejos amigos de Zaragoza, no tenéis nada que temer.

El pasado ya sólo es peligroso

en mis recuerdos.




POEMA QUE YO NO HE ESCRITO NUNCA


No me habléis de injusticias.

No me habéis de futuras plagas, de desastres,

del Apocalipsis que viene.

No me habéis de la estupidez del hombre y de su eterna maldad.

Decidme que mis hijos crecerán sanos y fuertes, que

nunca desearán la muerte de su padre

porque el que ama mucho

a veces ahoga.

Decidme que algún día tendré la sensación 

de no haber desperdiciado mi vida,

que todo servirá para algo,

que la muerte y el dolor

me concederán una pequeña tregua

(otra pequeña tregua más).

Decidme que mis hijos podrán tener otros hijos

(si quieren), porque el mundo,

pese a todo, todavía será un lugar habitable.

Decidme esto

o me me digáis nada.