HACÍA OTRA LUZ
Alfonso Vila Francés
(accésit al premio Marco Fabio Quintiliano de poesía, 2003)
CIRO
Todavía
no ha llegado la hora
de la
batalla,
pero ya
se escucha
un rumor
de buitres hambrientos
en los
altos cantiles.
Un joven
hoplita rompe una lanza,
se
traspasa el pecho
por amor
a un esclavo;
y él,
impasible, mudo,
hunde
los ojos en el horizonte
imaginando
–calculando–
cuántas
nuevas derrotas
traerá
la victoria.
Bajo las
ramas polvorientas
aguardan, inmóviles, los soldados.
LA CITA
Para P. y M., amantes desdichados.
En el Cotolengo,
la vieja fabrica de tejidos,
tienen la cita.
Más propios de tiempos
heroicos
que del trivial presente
acuden con solemnidad
a la hora convenida.
Allí donde las nubes tienden
trampas
a los aviones,
donde un joven triste
escondió en la espesura
una daga envenenada,
y la daga floreció y fue
devorada
por un millón de hormigas
radioactivas,
allí donde el musgo le dice
al muro:
Ven,
déjate arropar por mí, yo
te
protegeré del frío y la lluvia,
allí donde el onagro
enloquece, donde la flauta
es vencida por la piedra,
ellos van alumbrando
herida a herida, beso a
beso,
su tragedia antigua, su amor
oscuro,
su templo ciego.
Entre acto y acto, entre
grito y grito
los minutos se van llenando
de arena.
Como lastres de aire
enrarecido
pesan las palabras,
mientras los labios cansados
apenas ven lo que matan.
¿Lo presienten? ¡Sí, claro!
¡Lo presienten!
Un instante de luz.
Un instante de luz atroz.
Después, nada
Después ya no hay nada
Mejor dicho
después, mucho después, hay
una hoja
en blanco
intrincada y salvaje como
una selva
y hay un hombre con un hacha
y alguien
que
escribe:
Ahora
voy diseccionando vuestros cuerpos
aún
tibios
mientras pienso
en las palabras
que
Anais Nin disparó a Henry Miller:
“en nuestro interior vive un escritor,
no
un ser humano”.
Y hay un tigre asustado.
Y una paloma con las alas en
llamas.
Y todos van a ellos. Todos acaban
en ese lugar invisible
y cierto
donde rige la herrumbre,
donde moran los magos y son
corrientes los prodigios,
donde van a morir los
augures
después de tantas palabras
gastadas
a medias.
Y es inútil.
Los poemas son
como la sonrisa del asesino.
Como cajas
que una vez
abiertas
ya no pueden cerrarse.
MARINA TSVIETÁIEVA ABANDONA MOSCÚ
Si
heu de fer-me callar, que sigui ara
LLUIS LLACH
Si la espada ya siente la
llamada de la oreja.
Si la sangre de los Justos
chorrea en los salones,
asciende
por las gargantas, brilla
en la
pupila intacta del ocaso.
Si es tarde para el olvido y
pronto para el perdón.
Si vais a hacerme callar...
Una palmera
amiga me ha estallado entre las manos.
Ahora que el ogro lúcido no
muestra sus garras
sino la risa tonta de un
niño sin infancia.
Ahora que el león del alma
duerme
y puedo escribir te amo
sin ensanchar la herida.
Ahora. Ahora...
¡Qué sea ahora!
COMIENZA EL RÉQUIEM
Quizás el
fiero ángel del ocaso
consiga hacernos
olvidar
que infringimos
nuestra promesa
y
desdeñamos la ley.
No busques
más trampas en la arena.
En las
aristas de esta tarde
de
hexágonos canallas
y trompetas
circuncidadas
un niño
castrado, oculto entre matojos,
entona una
canción de amor.
Ayer un
girasol mordió a un hombre
que
ocultaba una ciudad sumergida
en la suela
de su zapato.
Así las
cosas, no es difícil entender
por qué las
cazuelas rencorosas
nunca te
perdonarán
tu afición
a los juegos de azar.
¿De dónde
entonces ese estupor,
ese
desesperado buscar cobijo
entre
ruinas de amapolas?
Tus héroes
están exhaustos,
¿acaso no
lo sabes?
Dejaron
morir de tedio a sus caballos,
ennegrecieron
sus tapices,
demolieron
sus castillos.
Ya nada
podrás arrebatarles.
No habrá,
pues, ojo desvaído en el horizonte.
El crepitar
de mandíbulas
de los
lagartos ciegos
no alejará
tu sueño.
Cuando te
ofrezcan un alimento,
no temas ni
al tigre ni al cazador:
ningún veneno hallarás
en él.
Será como
descender un largo túnel,
con las
paredes encaladas con oro.
Y ahora:
¡silencio!
Comienza el
réquiem.
LO QUE NO CONTÓ
EN SUS CARTAS
Todo podría suceder: el
ahogamiento deliberado, el asesinato, las palabras que matan.
SYLVIA PLATH
Y ahogo mi
llanto en un mar de espuma tibia.
Soy cautivo
de sus blancas olas,
ellas me
arrastran, me lamen, me besan…
y yo me
dejo poseer y soy poseído,
a través de
oscuros vértigos,
en un
destello de placer y violencias inútiles.
Una lluvia
lúcida de rocas afiladas,
un
estallido sordo con fragor de astros encendidos.
Sobre la
vaga anatomía del horizonte
cipreses
desnudos tiritando miedo
sueñan un
rumor antiguo de cascos milenarios,
de crines
alborotadas y espadas iridiscentes.
Ya no veré
ni el tibio mar de espuma,
ni la
belleza azul de las sirenas dormidas.
TOUT EST DIT
Malgastaste tus horas más dulces
en vanos
devaneos.
Y ahora
sufres el dolor de los tacones gastados
en tus dedos
estériles.
Escucha:
Si acercas
el oído al rumor soterrado
de las
palabras,
entenderás
que el secreto más preciado
todavía te
reclama. Estás en el instante preciso
del vivir
gozoso. La derrota del tiempo
acecha tus
mejillas,
pero la
sabiduría de la memoria
te dotó del
instinto certero
del cazador
experimentado.
¿Por qué
lamentarse entonces, cuando la existencia aún
te ofrece
sus frutos maduros y abundantes?
Cógelos y
cómelos.
Y no le
pidas al cielo imposibles innecesarios
puesto que
sus tesoros ya adornan tu mirada.
AQUEL
SACERDOTE DE NÍNIVE
Era la
noche una hoguera, una secreta
invitación
al suicidio, un martirio
de cuerpos
anegados y cuchillos en celo,
un sepulcro
dócil, una catedral de dólmenes
naufragados,
un jardín mutilado y tenebroso,
un coliseo,
un lago.
Más hondo. Golpea más hondo.
Las piedras no esconden su dicha
y saltan de gozo
aunque la hoja de pergamino
se moje irremisiblemente
y la tela de araña no sirva para
pescar
ni una triste sombra de palmera
ni un pobre reptil, cantó
aquel
anciano sacerdote de Nínive
que siendo
joven había perdido dos dedos
por
codiciar a una muchacha
que pronto
habría de ser sacrificada
por
designio de un dios o deseo de un rey
cuyo nombre
no debía ser pronunciado
en las
noches en que la luna
se
desprendía de su túnica blanca
e, indecisa
y pudorosa,
permanecía
oculta a los ávidos ojos
de los
profetas.
Más hondo, grité yo,
tan hondo como este río,
este vasto río de huérfanos
que no encontró mar.
Desenvainé
mi espada,
sorteé la
mirada turbia de los ídolos caídos
(danzaban
los árboles, resplandecían
los palacios a la luz
de las antorchas)
y comencé de
nuevo.
En la
ciudad clausurada,
la noche desplegaba sus
ejércitos.
APARICIÓN NOCTURNA
¿Quién
ha astillado el espejo,
ese
espejo invisible y azul
donde
cada invierno
las
nubes desataban sus cabellos
al
arrullo de las sirenas de la nieve?,
mascullaste en mitad del
sueño.
Podrías ser un tronco
esbelto, dogal
o golem de tristes muchachas
sumisas.
Quisiste ser peana dura,
adusta arca oscura
inmune al martillo y el
abrazo.
Puesto que la mañana aún no
ha afilado
sus uñas de hierro, no
entones todavía
los himnos a los muertos.
Cobíjate en tu sueño limpio,
ovilla las manos en la
penumbra cálida
y repite conmigo:
Yo transito el silencio como
otros transitan
la esperanza.
ORACIÓN
Yo,
hombre,
hijo del hombre,
sentina y templo,
aprendiz de naufragios,
contramaestre
del llanto, con los dedos
del dolor
hurgando en mis heridas, declaro
que no hay nada más allá de
esta piel abrupta,
de este sexo de arcilla húmeda,
de estos muslos blindados
que me reciben con gozo
caníbal,
que me muerden y ahogan.
Pero no hay nada más acá
tampoco.
Oh laberinto del olvido, oh
espada certera
del deseo, oh dioses
inmortales, oh musa
verdadera,
apiadaos de mí pobre hombre
solo,
lívida sombra de un sueño,
asustado cíclope ciego.
Apiadaos
porque no hay nada más allá
de estos labios,
de esta mirada nimbada,
de este beso tenue,
de este abrazo terco.
Apiadaos
porque soy como un niño
bobo,
que ama sin saber que ama
y muere sin saber que muere.
Apiadaos
de mí, apiadaos...
EL
LIENZO
Voy
a pintar un lienzo a la lluvia, te dije.
No la lluvia de la ventana,
no esa lluvia febril,
adolescente,
que se derrama sobre el
asfalto
haciendo reír a los tejados,
no esa sino la otra,
la que tan rítmicamente
va horadando el sedimento
reblandecido
de las noches de insomnio,
esos momentos
que parecen desprendidos de
los relojes absortos
por la mano de un dios
terrible,
cuando la realidad me
abandona,
y amanezco
en una dimensión hostil
donde lo que es no es
y los deseos cabalgan a
lomos de sueños delirantes
(a través de un bosque de
afilados cuchillos resplandecientes),
cuando resbalando por
túneles futuros
con una lucidez rayana a la
locura,
voy consumando rezo tras
rezo
el estúpido aquelarre de la
muerte.
Píntalo,
respondiste.
Píntalo
ahora mismo, con brío, con osadía.
¡Qué
la sangre hirviente de los pinceles
cual
corcel al galope arrastre tu mano!
Después
vete, aléjate, huye.
Suceda
lo que suceda, no vuelvas el rostro
ni
cargues fardo alguno a tu espalda,
y,
lo más importante, no permitas nunca, nunca,
que
tu lienzo te delate.
MADRUGADA
Una vez más he querido escribirte una carta,
y una vez más he fracasado.
No es momento de indagar
qué fue de los lobos blancos de la pena,
adónde huyeron mis caballos, cuándo cesará
este infame goteo de búhos lujuriosos
y lápices enfermos.
Es momento de rasgarse la camisa del orgullo,
no a besos: a dentelladas.
Es momento de alzar los ojos
y arrojarse al estanque.
Es momento de bendecir la luz
y entrar en la cueva.
Para hacer habitable el amor,
es momento de enterrar las palabras.
EN EL TREN
Avanza máquina.
Avanza riel.
Avanza monte.
Avanza árbol.
Avanza cuerpo, tibio
cuerpo
cuajado de lunas, duro
cuerpo forrado
de gaviotas.
Avanza hacia fuera.
Avanza
hacia dentro.
El abismo de luz que
te aguarda,
te quemará un instante
apenas.
Avanza sin temor,
con la cabeza alta.
Avanzad todos,
amigos, camaradas y
hermanos,
ciudades, soles y
praderas.
Avanzad espejos donde
me cobijo,
donde me zambullo
en busca,
aún en busca,
de un azul más puro.
Avanzad selvas donde
me alzo
y arenas donde,
rendido el ángel –el
frío, el negro ángel
de la duda– me tiendo
para soñar
un beso desnudo de
espadas,
un beso cálido y leve
que no deje una flor
muerta en los labios.
Avanzad volutas,
estatuas,
gárgolas,
dinteles.
Avanzad signos,
epígrafes,
vocales:
vosotras hacéis
habitable este páramo yermo,
este infierno diáfano
donde el reloj
decapita riendo
y las gargantas
se anegan de sangre
anónima,
e invencible.
Avanzad palmeras.
Avanzad torres.
Avanzad rebaños,
bandadas y orquestas.
Avanzad puentes,
iglesias y murallas.
Avanza, ante todo, tú,
amor infranqueable,
rocío
del rocío,
relámpago
y ceniza, laberinto de
olvido, herido estandarte
de deseo,
estrella y centauro.
Avanza más allá de la
noche, avanza más allá
de ti misma.
Y ven.
Ven hacia mis manos,
arrecifes de bruma,
que te reclaman,
te invocan,
te suplican
que las apacigües, las
diluyas, las niegues
una vez más.
Y
para siempre.
AMOR,
DEVASTADO TERRITORIO
Una vez dijo amor.
Se poblaron sus labios de ceniza.
LUIS
GARCÍA MONTERO
Cuando ya todo
sobraba
y nada era
bastante
nos juramos
(una vez dijo
amor)
fidelidad eterna.
Amor, devastado
territorio, olvidada
trinchera en la batalla
incierta de la vida, dime,
¿qué fue de aquellos astros
que heridos de humanidad
se perdieron,
altivos y desnudos,
en las frías brumas del
tiempo?
(se poblaron sus labios de
ceniza).
DEJADME AHORA HABLAROS DEL ENTONCES
Dejadme ahora hablaros del entonces.
Caía el sol sobre la ciudad
desierta,
sobre las camas manchadas
con la sangre innombrable de
los antepasados,
sobre los jardines homicidas
de nula puntería,
sobre los autobuses
calcinados a la hora del beso,
sobre la enfermería de aquel
colegio de pago
donde agonizó su infancia
entre loas a la Virgen y
juguetes perezosos,
y también sobre ese cuarto
infinito
donde desnudos de carne
nos sumergíamos en las
limpias aguas del deseo
con la dulce desvergüenza de
los viejos amantes.
(Sí, lo sé, de esto hace
tanto...
Epaminondas no había muerto
todavía,
y los griegos luchaban todos
juntos contra los persas,
mientras el niño Alejandro,
asomándose al abismo de la
pubertad,
soñaba con las mujeres
que en banquetes
interminables
suavizaban la amargura de su
padre,
siempre preocupado por las
cosas de los adultos.)
¿Por qué os hablo de esto,
ahora que ya acabó?
Las aguas del deseo se
precipitaron río abajo,
y el viejo Alejandro ya sólo
piensa en espadas desenvainadas
y ciudades imposibles.
Pero oíd lo que os digo:
Podrá el hombre caer,
gritar,
llorar,
levantarse y caer de nuevo
podrá el vampiro del
amanecer desplegar sus
inmensas alas encendidas,
podrá el sol cegar a la
salamandra,
podrá la luna engañar al
girasol;
pero mientras en alguna
parte alguien recuerde
que fue cierta la felicidad,
y todavía le queme su
recuerdo,
y llore y ría frente al
espejo
como un loco
frente a otro loco,
mientras esto ocurra
–aunque ocurra sólo una
vez–,
todavía será posible la
esperanza.
(Recordad esto. Y olvidadme a mí.)
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