LA SUERTE
Llegar agotado a la cama cada noche.
Llegar a los arrecifes del sueño colmado
de aventuras, amigos, amor.
Pensar que el día que acaba
no puede ofrecerte más
de lo que ya te ha dado.
Aceptarlo todo humildemente.
No pensar que te mereces ni el placer
ni el dolor,
pero aceptar que lo que hoy es tuyo
mañana será de otro.
Llegar agotado a tu cama
todas las noches.
Dormirse con la memoria encendida, con esa luz
extraña de los momentos irrepetibles, inesperados, hermosos
y limpios (esa hermosura y esa limpieza
de los primeros días, que a veces aún te devuelve la vida).
Has perdido tanto y aún así la vida, como las olas,
devuelve algunos restos del naufragio.
Llegan a la playa maletas a la deriva, y tú las abres
porque no imaginas que son tuyas, no recuerdas
lo que pasó, lo que metiste dentro, la esperanza
que se perdió en la noche.
Y de súbito encuentras un conjuro que un muchacho
copió sin entender su significado.
Y lo descifras al momento,
porque la vida, descubres,
te ha llevado lejos, más lejos, mucho más lejos
de lo que pensabas que nunca te podría llevar.
Y cuando caes rendido en la cama,
agotado y feliz,
sabes qué no puedes pedir más,
que la suerte es inmerecida siempre,
y que hay que ser muy humilde
para saber aceptarla cuando llega
y despedirla cuando se va.