jueves, 20 de febrero de 2014


  





HISTORIAS DE FANTASMAS


Alfonso Vila Francés 


(Premio Miguel Cervantes de poesía del ayuntamiento de Armilla,  2000)










PROPÓSITO DE ENMIENDA

No vino a domar tus caballos
el auriga celeste.
Llegó el verano y tus caballos huyeron
en busca de algún pasto
que no oliera a musgo.
En la calle continua el éxodo silencioso
de las estatuas,
la gente obedece a los semáforos,
se ocultan los escapatares
al acecho de ávidos compradores.
Pero tú ahí sigues,
sin caballos, sin comida,
sin techo donde guarecerte,
jugando con un cable de acero
a la orilla de los desagües,
esperando que el tigre de la felicidad
cruce ante ti desprevenido.
¿De verdad crees que podrás cazarlo
sin otra munición
que tus cartuchos de tristeza?
Vuelve el rostro,
y sonríe.
La ciudad que contemplas
aún es tuya si lo deseas.
Tuyas son sus aceras descansadas.
Tuyos sus salones rutilantes.
Tuyo el gozo de sus avenidas.
Tuya la rabia de sus museos.
No te engañes más.
Alza los brazos.
Regresa.
Todos los árboles tienen su ahorcado
y todas las lápidas
su milagro.


PREMONICIÓN

Déjame hablar con los lobos.
He visto la gacela del miedo
corriendo por tus ojos
mientras con un gemido mudo
tu cuerpo se desploma.

Déjame hablar con los lobos.
Ellos son quienes dictan el insomnio
que anida en los relojes.
Como un expreso sin faros
avanza la noche por las calles.
Mi cuarto se queda frío.
Y me pregunto
cómo podrá haber redención
si no hubo antes pecado.

Los lobos blancos de la pena
se esconden tras tus labios.
Déjame hablar con ellos.
Quiero afilar sus colmillos
con la savia de mis besos.
Y cantarles al oído
la nana triste de los enamorados.

(En la pila del naufragio
la noche bendice a los marinos.)


LOS VIEJOS DESEOS

Sucedió hace tiempo.
            El fuego del mediodía arrasó la sábana
de las ilusiones tempranas,
                        y tus gritos oscuros
levantaron deseos de muerte
en mi cuerpo sombrío.
¿Pero qué importa eso ahora?
–me pregunto–
cuando Mañana es una palabra herida
(quizá moribunda),
perdón un atributo imposible,
regreso un anhelo absurdo.
¿Qué importa cuando no quedan selvas,
ni lagos, ni jardines, ni museos?
(¿donde moriré contigo
cuando caiga la noche?)
¿Qué importa cuando no hay héroes ni esclavos?
¿Qué importa cuando todos somos ceniza, fruto
amargo, amargo polvo sobre polvo?
Las pulsaciones de la vida,
las pulsaciones de una vida,
no pudieron sostener el peso del aire.
(Sí, lo sé, por tantos besos acuchillada...
¿cómo podría?)
Y ahora...
Ahora no sirve la súplica.
Los desechos de las derrotas
han elevado la medida de la angustia
más arriba de los límites pactados,
y el veredicto de los termómetros
(los termómetros de ceño fruncido,
los termómetros perdidos
para la broma y el sueño)
no da lugar a la ingenuidad
o la alegría.
¿Y qué importa?, ¿qué?, dímelo...



JUICIO

No alegaré nada en mi defensa.
Tú seguías leyendo biografías de poetas
locos mientras a nuestro alrededor
crecían los niños y las tormentas.
Desde que he olvidado el miedo a la vida,
me produce un pavor espantoso la muerte,
dijiste. Te comprendí.
Resultaba arduo tender el puente cuando
no había más que lodo en la orilla.
Es inútil, detrás de cada nube
se esconde otra nube más grande,
murmuré sin querer.
Cogimos nuestras pieles disecadas
y nos marchamos.


SECRETOS

El niño que escribía aforismos en la pizarra
me enseñó el secreto del alma de las piedras.
Desconfía de los cafés a media tarde,
me confesó al oído. En ellos duerme la lujuria
de los amores interrumpidos
por pájaros herejes
y aplausos de figurante.
Si has de caer, aprende mejor de los mendigos.
Ellos saben acostarse en las camas más abruptas
y luego despertar sin dolor en las costillas.
En cuanto al vacío del estómago
del que hablan los cínicos profetas
–ese vacío de dioses muertos
y maldiciones antiguas–, olvídate,
ningún alimento puede saciar su hambre
en este mundo ancho y frío.
La poesía es inútil, pero no más que la vida,
sentenciaste, tan oportuna como siempre.



COMO CUALQUIER MAÑANA

Una tregua largamente deseada.
Un regalo olvidado en la cuneta de la vida
por algún duende nómada.
Tu alma escapó de pronto por la boca.
Como un pájaro feliz
revoloteó distraída por el cuarto
y fue a posarse bajo tus párpados,
a salvo de mis manos,
al abrigo de tu mirada.
Contemplé callado el espectáculo.
           Sabiéndome el rey de la fiesta,
           el elegido entre los presentes
           para templar
           la dulce espada del deseo.
           Fue –lo recuerdo bien–
          cuando bostezaron, tan discretos,
          los relojes. Y cuando,
          exhaustas tras la noche en vela,
         vencieron las farolas su insomnio.
         Poco después despertaron
         los zapatos y la pereza de levantarse,
         los bolígrafos y las ganas de comer
         Todo estaba previsto
         y nada sucedió según lo acordado.
         Tu alma selló la alianza,
          revocaron los cuerpos sus dogmas. 
          Por unos minutos reinaron el caos 
          y la osadía. Después
          se cerraron suavemente tus ojos,
          abrumados por las demandas
         de los colchones enfermos.
         Me levanté e hice el café.
         La mañana no tenía nada que ofrecerme.



El PAN DE CADA DÍA

La nostalgia tiene las uñas sucias
de tanto escarbar la tierra.
Hoy ha venido a verme con su infame cosecha
de raíces amargas y adolescentes furiosos.
Tal vez algún día consiga calzarme los zuecos
de la mentira –murmura con tristeza–.
Mientras tanto tendré que adentrarme en el desierto,
 en busca de alguna tumba
que no haya sido profanada.                  
La miro de reojo
y escondo los dientes.



ECONOMÍA DOMESTICA

Podría gastar cien hojas
hablando de las dulces tardes del verano.
Prefiero reservármelas para más adelante.
Que en las duras tardes del invierno
el fuego escriba sus poemas
con su lápiz de ceniza.




ACCIDENTE

Aquel jardinero te lo advirtió con delicadeza,
pero tú no quisiste creerle.
Aprendiste el valor de las metáforas
y sus equivalencias en el mercado negro.
Por unos años usaste tus labios
como arma homicida.
Tan segura estabas de tu poder
que acabaste por descuidar
las apariencias.
Entonces llegó la revolución,
y antes de que te dieses cuenta
los ruidos arrinconaron las palabras,
mientras el silencio
desvalijaba a sus anchas
los diccionarios.
No había nada que hacer...
De tu flamante escuadra
ni un sólo adjetivo quedó a flote.
Cuando por fin alcanzaste la playa,
exhausta y desarmada, 
ni siquiera tenías fuerzas para maldecir
tu mala suerte.
Todavía restaba una última afrenta,
no obstante,
que aconteció cuando
una nube prematuramente enloquecida
te recordó desde lo alto:

Todo cuanto proclames, todo cuanto nombres

en esta tierra recelosa, podrá algún día
ser utilizado en tu contra.
Te tragaste tu orgullo
y comenzaste de nuevo.

L´AMOUR FOU

Aquella casa estaba demasiado vacía para acoger cualquier huésped. Permanecimos allí dos semanas, arropándonos como podíamos, con los pies desollados y el alma desnuda. Cuando ella se marchó, sigilosamente, sin feroces palabras de despedida, sin buenos deseos envenenados, sin ni siquiera sucumbir a la fúnebre tentación de un último beso letal, hice acopio de bombillas, forré las paredes con hojas de libros y averié concienzudamente el volumen de mi televisor. Entonces empezó realmente el invierno. El viento llenaba los parques de cadáveres diminutos y por todas partes se oía hablar de mendigos borrachos con las vísceras heladas. Mi gran habilidad para la papiroflexia y los juegos de cartas me permitió engañar al frío. Los calendarios son tan crueles como ingenuos. Con la práctica adecuada es fácil esquivar su garras torpes. Mi tozudez era tal que ni la urgencia animal de las palmeras, ni la falsa benevolencia de los cristales, ni el suicidio minúsculo y blanco de los grifos, ni mucho menos los guiños toscos de las farolas extraviadas en el delirio azul del mediodía me hicieron olvidar mi promesa. Un amanecer de primeros de marzo, cegado y golpeado por la infame luz de la recién nacida primavera, incendié mi ropa, subasté las sábanas que permanecían silvestres y me marché. Durante un tiempo lloré cada vez que oía el nombre de aquella ciudad. La desdicha más honda y la más alta felicidad se escondían en aquellas letras aparentemente insípidas. Entonces juzgué correcto desembarazarme de esa nostalgia inútil y culpable que cambiaba el nombre de las calles y me guiaba hasta los moteles más inhóspitos, que me hacia dormir sobre enjambres de tedio y me daba de comer penumbra. Ahora lloro su pérdida.


SYLVIA ESCRIBE A TED

Obtendré mi recompensa
cuando tu soberbia
se descomponga en pedazos
como un viejo uniforme
que nadie quiso enterrar.

Mi ración diaria de oprobio
me obliga a seguir deambulando
en busca de un médico
que no tema auscultarme
con su caja de ritmos.

Inverosímil fotonovela
sin argumento ni absolución universal,
sólo mentiras meticulosas
y un final tan previsible
que me atenaza el alma.



LO QUE WILLY DIJO A MÍSTER BONES

Consagrados ya los nombres al olvido
definitivo. Desvanecidas las esperanzas
de los relojes malva. ¿Qué resta sino
beber juntos el lúcido veneno, la diáfana
copa de la redención y el pecado?
Bebamos pues sorbo con sorbo,
mientras contemplamos impasibles la batalla
perdida de antemano de los cuerpos
que pugnan por permanecer intactos
en este atardecer atroz
que es también eclipse y seismo.
Tengo la certeza de que a donde vamos
no hace falta más equipaje que
nuestras conciencias aniquiladas
en un divino espasmo de placer y muerte.
No tengas miedo: sólo cuesta la cordura.



EPAMINONDAS EN MANTINEA

Después de tantos años de sueños creídos
a fuerza de heridas, de pesares inútiles,
de plegarias pueriles,
he abierto los ojos y he llorado
horizontes, lagos, montañas,
música cruel que se derrama sobre la tarde oscura
con un gemido como cien fuegos y auroras,
que se pierde entre los olivos,
que se eleva sobre los caídos,
que se ahoga entre los gritos de victoria
de mis soldados.

Las ilusiones nacen, sí, desnudas y puras,
y se expanden con fuerza,
y estallan con gozo,
y se desvanecen en silencio...
como la vida misma, como esas palomas que,
ebrias de luz, profanan los espejos,
y después arden
en un abrazo imposible, en un beso imposible.
Las ilusiones mueren, sí, como también
mueren los animales y los mares
y los montes y las ciudades.

Aquí, en esta llanura ingrata, lentamente,
con la humildad de los sabios,
con el doloroso rencor de los esclavos,
siento que el aliento de la vida me abandona.
Apenas distingo los rostros que me rodean
–¿amigos?, ¿enemigos?, ¿acaso importa?–,
¡pero que triste advertir como se humedecen
los dedos, como se quiebran los huesos,
como se diluye el cuerpo entero
y no poder gritarlo!
Ayer era un árbol, una espada, un templo.
Hoy no soy más que una lágrima inmensa y triste
como un mar vacío de velas.

Ahora que nada me aguarda en el mundo
salvo la muerte,
comprendo que todos mis desvelos
fueron en vano.
La historia escribirá sus mentiras
para que los hombres puedan olvidar las suyas.
Mientras tanto una verdad quedará en mis labios
sellada para siempre, callada y sorda...  

El pecado es la muerte, la lucidez, soledad.


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