En "El final del banquete" hay una versión de un poema del libro anterior ("Acto de clausura"). En realidad es un poema distinto, construido bajo los cimientos del poema original (por eso se llama "Fiesta mayor, segundo verano, y lo de segundo verano no es una licencia poética, es porque ese poema se escribió un verano en el mismo lugar y momento, y a partir de la misma experiencia que el primer "Fiesta mayor"). Los que no lo hayan leído antes, lo leerán como un poema nuevo, recién nacido, virginal. Los que ya lo conozcan del primer libro, lo leerán también como un poema nuevo.
Ahora, para mi próximo libro ("Poemas rotos", el libro que cierra lo que yo llamo la "trilogía de la crisis" y que ha pasado por distintos nombres y distintos estados de gestación), he hecho lo mismo. He cogido un poema de "Acto de clausura" y lo he vuelto a escribir. O mejor dicho: he excavado en él nuevas galerías subterráneas. Los que lo conozcan lo leerán como un poema nuevo, los que no lo conozcan lo leerán como un poema nuevo. A mí me gusta que un libro tenga una puerta secreta que comunica con los libros que vendrán después, porque vamos construyendo hacia el fondo, construyendo bajo el piso anterior. Y así hasta que lleguemos al final del túnel. Al lugar donde la pared de roca se ha quedado sin perforar. El final del túnel está muy cerca, he bajado muy hondo pero nunca se bajará al final de todo, porque el final de todo está fuera del alcance de la voluntad humana.
Os pongo aquí las dos versiones de "El asedio". Es un adelanto de "Poemas rotos", un libro que ha tenido un embarazo muy largo y desesperante, pero que por suerte ya está en la fase del parto, y esta fase es la más violenta, peligrosa, emocionante, alegre y dura que puede tener un libro. Así que esto es una pequeña plegaria por la salvación de su alma. Porque un libro puede morir, pero su alma no debe morir nunca. Ya lo dijo Mike Scott. Y ya sabéis a qué canción me refiero...
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