POSTALES
Ramón me escribe desde un alberge de Viena.
Siente predilección por las vistas nocturnas.
Echo de menos el ambiente de
Budapest
–me cuenta–. Ha llovido
todo el día
y no hemos podido visitar
nada. Sigo borracho.
Esta vez me invitan mis
compañeros de habitación.
Son italianos y escuchan una
música horrible,
menos mal que bajita.
La postal termina por falta de espacio;
y siento deseos de releer las restantes.
La de Venecia, por ejemplo, en la que me agradece
que le dejara mi Walkman
cuando nos despedimos en Estambul.
(Fue una intuición de última hora,
pensé que a él le haría más falta y se lo di
sin remordimientos,
la solidaridad entre viajeros es algo
que no debe perderse nunca, por muchos sacrificios
que imponga.
Después me alegró leer que le salvó la vida
en más de una ocasión;
y supe que no mentía.)
O esa otra que me llegó tarde,
escrita en el tren con letra agitada,
tan concisa, tan espontánea, tan viajera
(fue comprada en Sofía, pero enviada
desde Budapest), que reza:
Estamos cruzando Hungría
rodeados de húngaros
que han ido de compras al
extranjero.
No paran de beber cerveza
y se han comprado unas
cincuenta cintas porno.
(Estos húngaros…)
Una postal conduce a otras.
Ojeando en mi cajón encuentro más y más postales:
las pocas aunque valiosas –las hace ella misma–
de Annika, las siempre inesperadas de Cova,
las incontables y encantadoramente confusas
de Thierry, etcétera.
Me quedo con las de viajes,
las que fueron escritas con la agilidad y la sencillez
del que tiene una mochila como única pertenencia,
sin sospechas que años más tarde
servirían para componer
esas pequeñas fotos en blanco y negro,
esos breves estallidos de realidad
que son los poemas.
(Poema perteneciente al libro "A golpe de palabras". Premio Nacional de Poesía Mariano Roldán 2001)
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