MAUSOLO. VERIFICATION CODE.
Perdóname, Emma, por revelar tu nombre.
He guardado el secreto durante años.
Me he casado, he tenido hijos, he tenido
trabajos y vidas y amigos y amor.
He sido cualquiera, he sido nadie.
He vivido oculto en un papel vulgar.
Y he esperado tu señal, tu mensaje, tus instrucciones
precisas, el momento de la acción inevitable,
porque sólo la acción inevitable da sentido a mi vida
de infiltrado en la vida de los demás.
Estaba preparado para todo.
Y nunca temí al verdugo que me esperaba fumando
en un bar vacío.
Las noches de Zaragoza son muy frías,
recuerdas, frías y largas, pero yo escapé
en tren, en un tren cualquiera,
y no dije nada, ni una palabra,
por mucho que me presionaron,
con besos y pistolas, no dije nada,
ni una sola palabra, te lo juro,
en todos estos años, ni una palabra.
Emma la dura, Emma la piedra que rebota
contra el metal doblado, Emma la que mira
la noche clara de Tiermes y acaricia al zorro
con el humo de su cigarro, Emma la que
nunca te dirá que te espera cuando te espera,
te pedirá un beso cuando te lo pide,
te mentirá sin piedad cuando miente.
Lo siento, Emma, te he fallado. No he podido
completar mi misión.
Y estaba preparado, maldita sea, lo estaba…
¡No sabes cómo tenía ensayado el saludo cortés
y lo bien afilado que estaba el puñal de la manga!
Pero he fallado. Ha llegado el momento
y he fallado…
Las noches de Zaragoza eran muy frías.
Y luego volví a Tiermes, y escribí palabras
y palabras y palabras.
Y enterré palabras y palabras y palabras.
Nadie cruzará más el río.
Ni buscará anillos de oro entre los árboles
de la ribera.
¿Qué puedo hacer?
Te pido perdón aunque es inútil
porque tú ya no puedes perdonarme.
Lo mismo le pedí a Ana cuando me rescató
del papel polvoriento del último poema.
“Es difícil de entender pero yo vivo ahí,
es como vivir en un hueco bajo el asfalto,
uno se acostumbra a todo”, le dije.
Ana me miró con sus ojos dulces
y me dio un pasaporte y un país y una casa
y un despacho con muchos libros y una cocina
con comida en la nevera,
y un cuerpo nuevo y unas manos nuevas
y una boca nueva
y un futuro no cerrado
y un nuevo código de verificación
que me ayuda a recordar qué lado de la calle
es el que moja siempre el jardinero
en las mañanas secas del verano.
Y yo le fallé.
Le fallé cuando llegó el momento de la acción inevitable.
Porque sólo la acción inevitable da sentido
a mi vida de infiltrado en mi propia vida,
de espía y conspirador de mi propio pasado.
Era difícil, sí, desde luego, no lo niego.
Pero era mi trabajo.
Y estaba preparado. Impaciente.
Contaba los días.
Contaba los minutos.
Y luego… Nada. Fallé. Un desastre…
Los años vuelan sobre los recuerdos abiertos
que sangran palabras oscuras y venenosas.
Nunca podemos escapar el verdugo,
que fuma tranquilo al final de la barra.
Si te dicen, Emma, que alguien te puso flores
no me culpes por mi torpeza, que estuve
callado y oculto en mi uniforme
de ciudadano ciego y obediente
hasta el último minuto del asedio.
Y si te dicen, Ana, que te dejo flores
en la mesa del comedor, entiéndelo,
no puedo hacer otra cosa.
Ni decirte otra cosa que no te haya dicho ya cien veces
en todas mis noches de pesadilla.
¿Qué puedo decirte para que me perdones
por seguir pidiendo el perdón a los muertos?
Son mis muertos, lo sabes, ¿verdad?
No son los muertos de los otros.
Son mis queridos muertos.
Los muertos que he matado
cuando pensaba que tenía el cargador vacío.
Tenía un trabajo, un nombre falso, una misión.
Y he fallado.
Te he fallado a ti. Le fallé a Emma.
Todos fallan, dice riéndose el barman.
y mira cómplice al verdugo que no quiere delatarse
y hace como que lee un periódico.
¿Qué cómo lo sé?
Hay un bar perdido en la niebla de Zaragoza
que tiene una puerta que da a un hostal en Granada.
Los besos y las lágrimas se caen al suelo
y los recogen personas desconocidas.
Los besos y las lágrimas no tienen nombre.
Sólo yo sé quien es el dueño.
Es mi trabajo. Ver qué cae y quién lo deja caer.
Es mi jodido trabajo.
Y, lo creáis o no, yo antes era bueno en esto.
¿Bueno en qué?
Define tu vida en dos palabras:
disimulo y suplantación.
La vida del espía.
La vida del conspirador.
Pero no cualquier espía, ni cualquier conspirador,
no, peor aún, un espía que no conspira,
un conspirador que no espía.
Esa era la manera, la única manera,
de poder traicionarme cada día
para no traicionaros a vosotras.
Los años de paz han acabado.
Ya puedo desprenderme de mi traje de civil.
Y puedo decir que he fallado.
Porque se hunde el barco y todos gritan
y se declaran un amor ridículo.
Yo no. Yo amé. Y el amor cayó al suelo
y rebotó y se ocultó bajo la barra del bar
y el verdugo fue rápido, qué cabrón,
¡Tendríais que haberlo visto!
Me quedé horrorizado.
El momento de la acción inevitable
que rebota y rebota en mis noches de pesadilla.