sábado, 14 de diciembre de 2024

 













CORAZÓN DE ULISES


 

Subir a cualquier tren

sin preguntar dónde va.

Zarpar en cualquier barco

y tocar tierra en un puerto oscuro

de una desconocida ciudad dormida.

Salir sin despedirse.

Salir sin preparativos, sin más equipaje 

que lo que llevamos encima:

la ropa, la cartera, la ilusión

que creímos perdida para siempre

de no comenzar en otra parte

sino continuar lo que éramos

cuando todavía no éramos nada.












MI AÑO PERDIDO



Una tarde con Saul Leiter en su apartamento,

mientras nieva en New York y hay fotógrafos jóvenes

esperando en su puerta. Ahora que Saul

ya es viejo y comprende que todos

sus trucos para esquivar el éxito

han sido tontos juegos infantiles.

Una tarde con Nan Goldin en la cafetería del hospital.

¿Cómo está tu ojo?

Mejor, ya lo ves.

Las preguntas que no se dicen dando vueltas

en el café de la taza como esos trocitos de papel 

del sobre de azúcar que han caído dentro

y no saben hundirse.

Menos mal que no tenías las fotos en casa que si no ese…

Nan levanta la mano y pide silencio.

Saca el trocito de papel y bebe un poco

de su café frío.

Los fotógrafos cuidamos más nuestras fotos

que nuestros ojos.

Siempre sospeché que hay errores voluntarios.

Lo sabe Nan.

Lo sabe Saul.

No lo llames destino, es la inercia del talento:

sabe bien dónde dejar la autopista

y tomar ese camino estrecho y con tan mal asfalto

que solo lleva al cártel de carretera cortada,

y sabe que hay que seguir,

y sigue,

y al final descubre dónde está el corte

y por dónde se puede saltar.









LA REGLA DE ORO



Mejor tender la ropa que escribir.

Mejor fregar el suelo

que escribir.

Mejor, mucho mejor, salir a pasear

que escribir.

Mejor quitar el polvo que escribir.

Mejor, mucho mejor, leer

que escribir (Pero cuidado, no leas nunca

como escritor, o lo único que harás

será empeorar la enfermedad con la medicina

equivocada.)

Mejor comprar el pan

que escribir.

Mejor jugar con tu gato

que escribir.

Escribe solo si no hay más remedio.

Escribe lo que no puedas

no escribir, pero escribe siempre

contra ti, no para ti

(y, por supuesto, nunca para los demás).

Mejor cortarse las uñas

que escribir.

Mejor, infinitamente mejor, escuchar música

que escribir.









ÚLTIMAS PALABRAS PARA G. F.


No hablaré de los que se fueron.

Dejaré que se olviden sus nombres,

se llenen de musgo, se rajen, se pelen,

se pudran.

No hablaré de los que me olvidaron,

aunque yo no los olvide

ni tenga la certeza de que ellos

también me olvidaron.

No tengo la certeza,

solo tengo el silencio.

El suyo.

El mío.



La poesía es mi lenguaje secreto,

el morse para mis enemigos.

¿Alguien me escucha?

¿Alguien me escucha?



Silencio.

Silencio: mar insondable que nadie

se atreve a cruzar entero.

Como un niño pegado al borde de la piscina

nadie quiere perder la orilla.






domingo, 7 de abril de 2024

 










LA SUERTE



Llegar agotado a la cama cada noche.

Llegar a los arrecifes del sueño colmado

de aventuras, amigos, amor.

Pensar que el día que acaba

no puede ofrecerte más

de lo que ya te ha dado.

Aceptarlo todo humildemente.

No pensar que te mereces ni el placer

ni el dolor,

pero aceptar que lo que hoy es tuyo

mañana será de otro.


Llegar agotado a tu cama

todas las noches.

Dormirse con la memoria encendida, con esa luz

extraña de los momentos irrepetibles, inesperados, hermosos

y limpios (esa hermosura y esa limpieza

de los primeros días, que a veces aún te devuelve la vida).

Has perdido tanto y aún así la vida, como las olas, 

devuelve algunos restos del naufragio. 

Llegan a la playa maletas a la deriva, y tú las abres

porque no imaginas que son tuyas, no recuerdas

lo que pasó, lo que metiste dentro, la esperanza

que se perdió en la noche. 

Y de súbito encuentras un conjuro que un muchacho

copió sin entender su significado.

Y lo descifras al momento, 

porque la vida, descubres, 

te ha llevado lejos, más lejos, mucho más lejos

de lo que pensabas que nunca te podría llevar.

Y cuando caes rendido en la cama,

agotado y feliz,

sabes qué no puedes pedir más,

que la suerte es inmerecida siempre,

y que hay que ser muy humilde

para saber aceptarla cuando llega

y despedirla cuando se va.









LA GRAN ESTAFA



la gran apuesta es

levantarse cada día

pensando que cada día

es un día normal


la gran mentira es

levantarse cada día

pensando que lo único que hay que hacer

es dejarse llevar hasta la noche

como cada día

como cualquier día normal

dejarse llevar pacíficamente

dejarse llevar como si no costase ningún esfuerzo

vivir y ser arrastrado por la vida.


la gran estafa es pensar

que vamos a ser los protagonistas de nuestra propia vida

y pagar las cuotas mensuales

y pagar los impuestos y los recibos

y pagarle al productor y al director y a los actores secundarios

y luego esperar que empiece el rodaje

y mientras pagar las cuotas y los impuestos

y los recibos

y los sueldos del director y los actores

y esperar que empiece el rodaje

y esperar noticias del productor

y esperar noticias

y esperar 

y esperar…









miércoles, 6 de marzo de 2024

 





EL ÚLTIMO ASEDIO (POEMA PROVISIONAL)



Cuando cunda el pánico,

cuando el enemigo ya esté dentro,

avanzando por las calles oscuras

mientras al fondo, junto a la muralla,

ya se ven las primeras llamas

del incendio que devorará la ciudad entera,

cuando estemos solos,

solos ante nuestra muerte,

y los gritos horribles de otros hombres y otras mujeres

no sean más que el preludio seco de nuestro silencio,

cuando la muralla caiga,

cuando los campanarios y las cúpulas de las iglesias caigan, 

cuando los escudos de piedra y las estatuas caigan,

cuando los cuerpos caigan,

cuando todo esté en tierra

y toda la tierra sea ceniza y huesos,

recordaremos el sabor de nuestros primeros besos,

de los besos antiguos y casi olvidados,

de los besos que abrían montañas y cerraban heridas,

de los besos que ya no recordábamos a qué sabían,

y moriremos con el recobrado sabor de los besos de antes,

y ese sabor será tan fuerte que perdurará en la tierra,

que perdurará en el aire,

y será extrañamente percibido por los arqueólogos futuros,

los que descubrirán nuestra tumba por error

y no sabrán nada de nosotros.




La noche no es para mí

(Video)


La cantante está enferma.

Pero el tren saldrá a su hora.

La cantante ya no canta, me han dicho.

Pero en el video se le ve tan joven,

que parece mentira que el tiempo…

El video de Video, por cierto, en su momento

no pensaba en estas cosas.

No pensaba en Coppini ni en su Hansel y Gretel.

no pensaba en Janis ni en las mentiras 

que tendré que contar 

a mis hijos.

Medicinas para el corazón, sí, todos 

morimos con demasiadas

medicinas en el corazón.

(Esperando la noche/

 como el que espera/ su final)

Video. ¿Qué sabía yo de este grupo,

de las discotecas de la costa, 

de los pubs por cuyas puertas

yo pasaba sin sospechar nada,

sin ver nada, 

sin entender qué hacía esa gente ahí, 

amontonada en la acera

gritando, tirando botellas vacías, pegándose,

besándose…

Pero el tren va a salir.

A su hora.

Como siempre.

Y yo me montaré y seré otra persona.

Otra máscara. Otra mentira.

Perlas ensangrentadas, flores pisoteadas.

La noche, sí, esa noche, también fue para mí.

Y pasó por mi ventana mientras yo miraba 

la sangre de mis manos.

La herida 

de esa pistola que alguien había dejado en mi mesa

cargada y dispuesta

para que pudiera evitar la tentación.




viernes, 5 de enero de 2024

 











MAUSOLO. VERIFICATION CODE.



Perdóname, Emma, por revelar tu nombre.

He guardado el secreto durante años.

Me he casado, he tenido hijos, he tenido

trabajos y vidas y amigos y amor.

He sido cualquiera, he sido nadie.

He vivido oculto en un papel vulgar.

Y he esperado tu señal, tu mensaje, tus instrucciones

precisas, el momento de la acción inevitable,

porque sólo la acción inevitable da sentido a mi vida

de infiltrado en la vida de los demás.

Estaba preparado para todo.

Y nunca temí al verdugo que me esperaba fumando 

en un bar vacío.

Las noches de Zaragoza son muy frías,

recuerdas, frías y largas, pero yo escapé

en tren, en un tren cualquiera, 

y no dije nada, ni una palabra,

por mucho que me presionaron,

con besos y pistolas, no dije nada,

ni una sola palabra, te lo juro,

en todos estos años, ni una palabra.


Emma la dura, Emma la piedra que rebota

contra el metal doblado, Emma la que mira

la noche clara de Tiermes y acaricia al zorro

con el humo de su cigarro, Emma la que 

nunca te dirá que te espera cuando te espera,

te pedirá un beso cuando te lo pide,

te mentirá sin piedad cuando miente.


Lo siento, Emma, te he fallado. No he podido

completar mi misión. 

Y estaba preparado, maldita sea, lo estaba…

¡No sabes cómo tenía ensayado el saludo cortés

y lo bien afilado que estaba el puñal de la manga!

Pero he fallado. Ha llegado el momento 

y he fallado…


 Las noches de Zaragoza eran muy frías.

Y luego volví a Tiermes, y escribí palabras

y palabras y palabras.

Y enterré palabras y palabras y palabras.


Nadie cruzará más el río.

Ni buscará anillos de oro entre los árboles

de la ribera.


¿Qué puedo hacer?

Te pido perdón aunque es inútil

porque tú ya no puedes perdonarme.


Lo mismo le pedí a Ana cuando me rescató

del papel polvoriento del último poema.

“Es difícil de entender pero yo vivo ahí,

es como vivir en un hueco bajo el asfalto,

uno se acostumbra a todo”, le dije.

Ana me miró con sus ojos dulces

y me dio un pasaporte y un país y una casa

y un despacho con muchos libros y una cocina

con comida en la nevera,

y un cuerpo nuevo y unas manos nuevas

y una boca nueva

y un futuro no cerrado

y un nuevo código de verificación

que me ayuda a recordar qué lado de la calle

 es el que moja siempre el jardinero

en las mañanas secas del verano.

Y yo le fallé.

Le fallé cuando llegó el momento de la acción inevitable.

Porque sólo la acción inevitable da sentido

a mi vida de infiltrado en mi propia vida,

de espía y conspirador de mi propio pasado.

Era difícil, sí, desde luego, no lo niego.

Pero era mi trabajo.

Y estaba preparado. Impaciente.  

Contaba los días.

Contaba los minutos.

Y luego… Nada. Fallé. Un desastre…


Los años vuelan sobre los recuerdos abiertos

que sangran palabras oscuras y venenosas.

Nunca podemos escapar el verdugo,

que fuma tranquilo al final de la barra.

Si te dicen, Emma, que alguien te puso flores

no me culpes por mi torpeza, que estuve

callado y oculto en mi uniforme

de ciudadano ciego y obediente

hasta el último minuto del asedio.

Y si te dicen, Ana, que te dejo flores

en la mesa del comedor, entiéndelo,

no puedo hacer otra cosa.

Ni decirte otra cosa que no te haya dicho ya cien veces

en todas mis noches de pesadilla.

¿Qué puedo decirte para que me perdones

por seguir pidiendo el perdón a los muertos? 

Son mis muertos, lo sabes, ¿verdad?

No son los muertos de los otros.

Son mis queridos muertos.

Los muertos que he matado

cuando pensaba que tenía el cargador vacío.

Tenía un trabajo, un nombre falso, una misión.

Y he fallado.

Te he fallado a ti. Le fallé a Emma.


Todos fallan, dice riéndose el barman.

y mira cómplice al verdugo que no quiere delatarse

y hace como que lee un periódico.

¿Qué cómo lo sé?

Hay un bar perdido en la niebla de Zaragoza

que tiene una puerta que da a un hostal en Granada.

Los besos y las lágrimas se caen al suelo

y los recogen personas desconocidas.

Los besos y las lágrimas no tienen nombre.

Sólo yo sé quien es el dueño.

Es mi trabajo. Ver qué cae y quién lo deja caer.

Es mi jodido trabajo.

Y, lo creáis o no, yo antes era bueno en esto.

¿Bueno en qué?

Define tu vida en dos palabras:

disimulo y suplantación.

La vida del espía.

La vida del conspirador.

Pero no cualquier espía, ni cualquier conspirador,

no, peor aún, un espía que no conspira,

un conspirador que no espía.

Esa era la manera, la única manera,

de poder traicionarme cada día

para no traicionaros a vosotras.


Los años de paz han acabado.

Ya puedo desprenderme de mi traje de civil.

Y puedo decir que he fallado. 

Porque se hunde el barco y todos gritan

y se declaran un amor ridículo.

Yo no. Yo amé. Y el amor cayó al suelo

y rebotó y se ocultó bajo la barra del bar

y el verdugo fue rápido, qué cabrón,

¡Tendríais que haberlo visto!

Me quedé horrorizado.

El momento de la acción inevitable

que rebota y rebota en mis noches de pesadilla.